La política económica global ha dejado de ser un asunto lejano. Las decisiones que toman las grandes potencias, como el regreso de los aranceles en Estados Unidos, ya tienen consecuencias visibles en la vida diaria de millones de personas.
Con un enfoque proteccionista, la actual estrategia comercial de EE. UU. busca restringir las importaciones para favorecer la producción local. Sin embargo, esta medida encarece productos esenciales, desde alimentos hasta maquinaria, afectando directamente al consumidor final, especialmente en países en desarrollo que dependen de insumos extranjeros.
Además de elevar los precios, la incertidumbre comercial desalienta la inversión y frena el crecimiento económico. Las monedas locales pierden valor frente al dólar, los créditos se encarecen y los empleos escasean.

Pese a este panorama, la coyuntura también representa una oportunidad para repensar estrategias: diversificar mercados, fortalecer industrias locales y mejorar la educación financiera individual puede marcar la diferencia.
En un mundo interconectado, las decisiones globales no tardan en sentirse en el supermercado, en la nómina o en el ahorro mensual. Y es ahí donde se mide su verdadero impacto.